jueves, 9 de mayo de 2013

El poder en una simple pérdida del equilibrio.

¿Qué se siente cuando estás ahí? Está lloviendo, más bien, diluvia. Hace frío pero yo no llevo más que una camiseta de manca corta que anuncia la ferretería de la esquina. El mismo pantalón que llevé al instituto esta mañana aún abriga mi piel. Es de noche, aun así no se ven las estrellas: las tapan grises nubarrones. Más de cincuenta metros de tocar el suelo, y a más de un millón de kilómetros de rozar el cielo: pero parece tan cercano... Sigo caminando. Las suelas de mis zapatos chirrían cuando dejan atrás el agua que inunda la azotea. Un paso más y miro al frente. No pretendo nada. Estoy un poco cansada de la misma rutina de siempre, las cosas no cambian. No hay nadie que pueda escucharme, las luces se muestran apagadas tras el reflejo de las ventanas. Pero yo sigo ahí. Una sensación de que con un paso más, una pérdida del equilibrio, una ráfaga de aire fuerte o quién sabe que, podría solucionarlo todo. En cuestión de segundos. Me gusta estar aquí y me gusta que llueva. Me dispongo a gritar, gritar muy alto. Mientras, camino. Que se solucionen o no los problemas, lo dejo a manos de la suerte.

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