domingo, 15 de febrero de 2015 0 comentarios
He dejado de escribirte.

Como si así no fueses a dolerme.
Como si así pudiese evitar no sentirme sola.
Como si así pudiese frenar los días que con ellos, te llevan.

He dejado de escribirme.

Quizás para no darme cuenta de que debajo de las veinte capas de optimismo sigue habiendo una fortaleza de hierro que no augura más que inseguridad y miedo.
Quizás todo este tiempo solo he tratado de convencerme a mí misma.

Quizás dejé de escribir para evitar pensar, o sentir, o qué se yo.
Quizás evité los cafés con determinadas luces de mi vida para no abrir los ojos.

No sé qué he estado haciendo todo este tiempo.

Si fuese capaz de abrir los ojos, se me abriría el corazón, me sangrarían las heridas... Te diría que hace tiempo que no siento nada más que amor por mí misma, y que, a veces, todo eso se vuelve en mi contra. Te diría que llevo a cuestas un amor primero, una ristra de voces y golpes, muy poco amor y mucha paciencia. Te diría que me canso demasiado pronto de la gente porque ninguna me da lo que espero - porque me he querido tanto que se ha vuelto inalcanzable -.

Que llevo a cuestas veinte palabras de alegría, treinta frases de apoyo, una bandada de sonrisas. Y no sé ni si son de verdad.

Te diría que, si el corazón pensara, dejaría de latir.

Pero he dejado de escribir.
Pero he dejado de sentir.
 
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