miércoles, 28 de enero de 2015 0 comentarios

Ser fría no implica tener el corazón helado.

Felicidades abuela:

No te has ido: para serte sincera, llevo tiempo pensando que hoy no estarías. Que no lograrías tus 87 años, que nos habrías dejado a pesar de haberte aferrado tan fuerte a la vida.

Te echo de menos. No te haces una idea de cuánto. Si me leyeras, te extrañarías. ¿Tú? ¿La nieta que odia el cariño y que es más fría? Yo, abuela, yo. Ser fría no implica tener el corazón helado. Y reconocer que te vas, me rompe el alma.

Egoístamente, quiero que te vayas ya: no lo alargues más, deja de aferrarte, lo estás pasando mal. Ya no hay vuelta atrás, abuela. Egoístamente, tampoco quiero que te marches, porque me dejsrás con un vacío que estando sola no se puede sanar.

Una parte de mí quiere contarle a todo el mundo - a mis amigos- que estoy hecha polvo, que cada noche lloro, que todo se desmorona a mi paso, que el éxito sin ti no tiene sentido... Pero nunca encuentro palabras. Nunca sé explicar todo este dolor que llevo dentro, que me provoca ardor en el estómago y que si aprieto, en cualquier momento, mis ojos se desbordan... Creo que hay dolores que son tan fuertes que nunca se habla de ellos: hay dolores mayores que las palabras.

Y tú me dueles, aunque te reciba -me recibas- cada día postrada en la cama, con un cuerpo inerte pero que respira. Aunque todos los días te recite el poema de la Virgen y aunque rece todas las noches por ti, porque tú crees que hy algo más.

Que me dueles, porque cuando te toco la mano se me deshace la vida al tiempo que deseo que mi piel expire toda la que yo llevo dentro, como si así pudiera producirse una osmósis entre la vida mía y la que a ti te debo.

Tengo miedo. Ya no es cuestión de que te vayas justo ahora o de que mañana ya no estés. Es el hecho de olvidarte, de no recordar tu cuerpo, tus manos, tu voz, tus ojos azules... Tu arroz con leche.

Tengo miedo de extrañarte y no ser capaz de ver tu rostro cuando apriete fuerte los ojos. Tengo miedo, porque cuando pienso en ti ya solo te recuerdo en esta maldita cama. ¿Por qué no te recuerdo en la playa? ¿En Navidad? ¿Por qué no me enseñas de nuevo la tabla de multiplicar? 

Te encantaría saber que estoy logrando lo que te prometí. Que al menos lo estoy intentado y que una parte de mí sabe que lo conseguiré: siempre cumplo las promesas, ya lo sabes de sobra. Que seré cirujana, o doctora, o lo que sea pero haré de mi vida algo útil para el mundo.  "Cambiaré el mundo" - le dije al abuelo. Y hoy te lo digo a ti: cambiaré el mundo. 

Por ti. Por mí. Por el abuelo. Porque te quiero y porque siempre estarás en mi corazón, aunque no recuerde tu rostro o ya no haya más claveles por tu casa. (Te los llevaré a dondequiera que estés).

Te quiero.
viernes, 9 de enero de 2015 0 comentarios

Entre arrugas y costados

Te cojo la mano y me quedo pensando: qué manos tan bonitas tienes, si pudiera pasarme toda la vida en este instante... Se te notan las venas, como casi siempre. Tienes la piel tan pálida que a duras penas logro reconocerte. Has cambiado tanto en tan poco tiempo. Te aprieto la mano fuerte, como intentando absorber tu presencia para cuando algún día me falte: sé que es inútil, pero también lo será olvidarte.
Me deslizo hacia tu cara. Te recorro la frente con mis dedos, con cuidado, posando el pulgar en cada arruga. Cuando era pequeña me acariciabas la cara de la misma manera. Qué ojos tan bonitos tienes. Qué mirada tan dulce. Ojalá no los cierres nunca.
Te oigo. Hace días, meses, que no te oigo. Has estado ausente. 'Despierta abuela...' - te decía; y no me hacías caso. Ahora estás conmigo, y te digo que te quiero. Que eres la más guapa de la casa, la más guapa del mundo entero. Que esta noche vamos a salir, porque he llamado a los muchachos de la tuna y me han pedido permiso para montar a caballo con la reina. Contigo. Te ríes. Hoy, inexplicablemente, solo tu risa me parece bonita. Un carcajeo que termina en llanto. No sé por qué lloras. No te entiendo cuando hablas y cuando lo hago no quiero entenderte. No me digas que te vas, abuela, no lo voy a permitir.
Mi mano se abraza a tus mejillas y tu me lo respondes, me besas la mano y sonríes, se te iluminan los ojos, me tiembla la voz. No sé qué voy a hacer sin ti, así que no te vayas.
No puedo resistirlo más. Me levanto, me recojo el pelo y me tumbo contigo. "¿Sabes quién soy, abuela? La de las flores". Y te acuerdas de mí. Hoy, te acuerdas de mí. No puedo evitar sonreír tristemente. Qué bonito suena mi nombre desde tus labios, porque me llamas. No quieres nada, o no consigo entenderte. Ahora eres tú quien aprieta mi mano. Te lo devuelvo.

"No te vayas, hija".
No me voy, abuela.

sábado, 3 de enero de 2015 0 comentarios

Esta noche quédate

Déjame contarte la osa polar de lunares que habita en tu sonrisa. Déjame cosernos los costados para beber de tu sangre. Acurruquémonos en las ojeras hechas de distancia. Déjame lanzarme al vacío aunque duela, para que a veces me dejes caer y otras, en cambio, me salves. Déjame quererme, y a veces, quererte: porque no hay amor más grande que quererse a sí mismo y aún tener amor para querer a otro. Déjame agarrarte la cintura, agárrame las caderas. Bésame, destrózame. Quiéreme luego. Quemarse es otra cosa si se trata de tu fuego. Eligeme todos los días. Quédate con mis malos días. Abrázame. Fuerte. Necesito verte. Se trata de algo más que de los veinte orgasmos. Se trata de verte dormir. De que si vienes a las cuatro empiezo a ser feliz desde las tres. De que pueda estar con quien quiera pero prefiera estar contigo, y que vengas - y que me des sexo y caricias en el pelo-. De contarte los lunares y atreverme a ver la costelación más bonita. De que aunque no tenga ni puta idea del amor me enseñes que puede ser bonito. De verte en el gotelé y acariciarte como las cuerdas de mi guitarra. Tócame. La guitarra, o lo que quieras, amor.  Quédate. Esta noche quédate.
 
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