domingo, 18 de diciembre de 2016 0 comentarios

La última morfina

Dentro de un par de horas estabas decidiendo marcharte. Alguien cogía un avión para verte por última vez y tú lo sabías. Fuiste tan fuerte que esperaste. Y no aguantaste más. Te fuiste. Fueron los segundos más amargos de mi vida. Los más largos y más tristes al mismo tiempo. Te fuiste, y el tiempo se hizo eterno. Hubo silencio. Hubo desplome. Hubo dolor. Y no quedó otra que oír al mundo llorar. Recuerdo que yo apenas podía decir nada. Entré en una especie de alexitimia, en una especie de anhedonia de la que no creía poder salir. E hizo falta un sillón en un tanatorio, un par de horas del silencio de la noche para romper a llorar. Y de repente, todos los quejidos de mi alma se hicieron de plomo y pesaban demasiado. Lo hacían con tanta fuerza que cayeron, rompiéndose en mil pedazos, como quien aplasta lagrimales y decide no volver. Fue todo lo que hice: y ahora, todo sigue apestillado. Los vestidos, colgados en el mismo orden. Tus flores, siempre las mismas. Ahí estás, arriba. En los ojos de un amigo, en el abrazo propio, en los sillones de la casa, en la sala de espera, en la voz de un anciano, en las canciones de navidad, en los momentos difíciles...

Te veo en tantos sitios y, sin embargo, no estás en ninguno...
 
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