lunes, 4 de noviembre de 2013

Le escribo al papel lo que no me atrevo a contarle al mundo.

 Nadie entendería lo que es tener ganas de abrazarte la voz, de soñarte despierta. De tener la melodía de tu móvil en mi cabeza y el de tu risa, ojalá a modo de despertador. Que no se si besarte ya o esperar a que salga solo. Porque es que cada vez que miro a las comisuras de tus labios juro que el mundo se acaba. Y es una especie de suicidio, un suicidio por quererte más, o mejor, o cualquier tipo de muerte que tenga que ver contigo. Da igual, sigue siendo sana.
Tengo miedo, de quererte una vez más o una vez menos: que más da. De ser real o imaginario o algo que no tiene que ver conmigo pero que sigue estando. Y no sé si me entendeis. Que es rizo de su pelo, el grueso de sus labios, su risa, su voz en todos los formatos. Que es la forma en la que se enfada y no quiere saber nada del mundo.
Pero es que también son mis miedos, mis inseguridades, mis faltas de autoestima y mi indecisión constante. De ser feliz por haberte enamorado de nuevo después de tanto tiempo, a que algo te destruya inmediatamente. Y no es la cicatriz del pasado. No lo es. No tiene nada que ver con nada. Eres tú. Tu miedo a fallar constante. Tus ganas de darlo todo y a la vez de no querer que te quiten algo. Ese miedo de dar un paso en falso.
El quererte y no saber ni cómo empezar.
Y que todo sea por esos escalofríos que te entran cuando hablas de él, y por esos pellizcos en el estómago cuando esperas respuesta. Y esas lágrimas que nadie sabe por qué salen, pero ahí están. Siempre están.

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