sábado, 16 de noviembre de 2013

Esto no se había acabado aquí.

Recuerdo que era un veintiséis de enero de un año llamado dos mil trece. Y no tiene más explicación lo que hice. Simplemente estaba cansada de ir detrás tuya. De que todo saliera mal y solo fuera yo la que hacía por arreglarlo. Estaba cansada de que mis letras se resumiesen a ti, a tus ojos, a tus besos y a tus maneras. Incluso al lunar de tu cuello, que aún recuerdo que estaba en el lado derecho. Y de tus trece defectos también me acuerdo. Odiabas los martes. Pero yo amaba que odiases las cosas, porque te veías tan diferente cuando te enfadabas... A veces los impulsos nos marcan toda la vida.

+ Tengo que hablar contigo
- Dime
+ Tú sabes que ya ha pasado mucho tiempo, que han pasado muchas cosas...
- Sí
+ Pues quiero que todo esto quede aquí. No puedo seguir luchando. Te juro que lo he intentado de mil formas diferentes pero no puedo más.
- Pero... No te entiendo.
+ Que no me vuelvas a hablar, que no me mires tampoco. Quiero que hagas como que no existo. Que te olvides de todos estos años, porque yo no puedo seguir así. Hay que cortar de raíz.
- ¿Tenemos que dejar de hablar?
+ Lo siento. 
- ¿Me das un abrazo?
Y en ese instante creo que rompí a llorar. Creo que fue el momento en el que más dolor sentí en mi pecho. Creo que estaba punto de ahogarme, pero...

+ No.

Y corrí lo más rápido posible, aunque se me hicieron eternos los 10 metros que nos separaban ahora. Donde una parte de mí tan solo deseaba que hubieras corrido detrás mía. Que me hubieras frenado y me hubieses abrazado sin más, como otras tantas veces. Otra parte de mí tan solo deseaba que desaparecieses para siempre.

Esto no se había acabado aquí. 

Desde entonces sigo viéndote todos los días y en todas partes. A veces no dueles nada, siempre suelo decir que te he olvidado. Pero a veces vuelves en canciones, en lugares, en fechas marcadas de rojo en el calendario... En la marca de mis refrescos favoritos o incluso en la boca de los demás.

Esto se hace eterno. Se ha convertido en rutina eso de llorar por ti cada mes como si te hubieras marchado para siempre - aunque una parte de todo esto asunto afirma que sí -. Aunque bueno, ya no me despierto buscando tu sonrisa en mis labios. Le quité tu nombre a mi almohada, quemé las cartas, las fotos... Borre tu número, obviando que sigo sabiéndomelo de memoria. Qué más da. Sigue estando ahí.

Y es un dolor pesimista y nada pasajero. Quema por dentro y a veces escuece. Es como soltar todo el aire y quedarte unos segundos sin volver a respirar, evitando pensar en nada y sintiendo ese quemazón en el estómago. Notas como se contrae tu pecho, y en ocasiones incluso te arden los ojos. Cansancio - te dices-. Otra vez - admites.- 

También sigo evitando las puertas de los bares, los bancos de los parques más cercanos. Todavía sigo aligerando el paso cada vez que paso por aquel par de árboles y dos farolas que pusieron fin a la historia. A nuestra historia.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
;