viernes, 14 de febrero de 2014

Cuento 1. El portal hacia la felicidad. (2011)

Quizás fuera que ella ya estaba cansada de su rutina diaria, quizás fuese ese ruidoso sonido del despertador o puede que fuera un mal día. Sí, seguro que era eso. Un mal día.

Problemas. Lo único en lo que Gimena podía mantener la cabeza ocupada era pensando en sus problemas: familia, dinero, amigos, amigos más especiales, notas. No sabía cual de ellos era el que más le preocupaba, pues, la sensibilidad que le caracterizaba no le hacía precisamente inmune a las lágrimas, método con el cual cada noche solía calmar sus penas.

Gimena procedía de una familia de bajo nivel social, no lucía prendas de marcas reconocidas y tampoco tenía una imagen cuidada. Era una chica sociable aunque poco confiada en las personas de su alrededor. Si por algo se le reconocía en su instituto, sería por sus frecuentes trastornos de personalidad, además de sus constantes peleas con sus compañeros normalmente debido a lo primero. Aquello no era casualidad. No ocurría así porque sí.

Cada noche, como de costumbre, Martín volvía borracho a casa tras el trabajo. Tambaleándose, tocaba a la puerta con exigencia y Gimena y Soledad volvían una vez más a aquel momento, donde las horas empezarían a pasar cada vez más lentas. Donde las horas se convertirían en días.

– Bu..Buenas noches, padre.

– ¿Qué te pasa a tí? - Comenzaba a gritar Martín - ¿Es que no tienes boca para saludarme? ¿O es que ya te has ido con otro? ¿Ya no me quieres? ¡Lagarta!

– No, cariño... Osea, sí, te quiero, p..pero es que no te había oido llegar – dijo Soledad.

– ¡No me vengas con cuentos! ¿Es que no me ves? ¿Te crees que soy tonto? ¡Te vas a enterar!



Y ésto es lo que ocurría noche tras noche en la casa de Gimena. Ella se quedaba en una esquina de la sala de estar, observando. Mientras Martín, su padre, gritaba eufórico y su madre, Soledad, lloraba desesperada y aterrada. Cada día, Soledad recibía palizas brutales de su marido. Todo por culpa del alcohol. Gimena veía como su madre recibía golpes sin ella poder hacer nada, tanto que le dolía a ella misma contemplarla y ver cómo su padre trataba a la mujer que decía amar con todo su corazón. Entonces empezaba a llorar sin poder contener las lágrimas. Se tapaba la boca para evitar que su voz pudiera ser escuchada pero su táctica no servía de mucho.

– ¿Y a tí que te pasa? ¿Tú también quieres que te dé? ¿Quieres cobrar? ¡Deja de llorar, estúpida!

– ¡N..No papá!

– ¡Desgraciada! No sirves para nada.



Martín la cogió del pelo y empezó a golpearla fuertemente, dejando más cicatrices de las que ya tenía de días anteriores. Su madre la protegía y ella lloraba sin poder parar. El padre prosiguió golpeándolas a las dos hasta que se cansó, tiró la cena que Soledad y su hija habían preparado al suelo y gritando, se encerró en su habitación dando un portazo.



Éste era uno de los miedos y problemas por los que Gimena no podía mantener su mente concentrada. Entonces ocurrió un milagro. Mariana, su mejor amiga.

Ambas se encontraban en el banco de aquel parque, Mariana le contaba que era su peor día: Javier no le había dirigido la palabra, había suspendido el examen de matemáticas y su madre no le dejaba ir al baile del sábado. Gimena hacía caso omisao a su constante charla y Mariana se dió cuenta, así que le preguntó que qué era lo que pasaba por su mente. Tras mucho coste, Gimena le contó todo lo ocurrido. Se desahogó.

– ¿Se lo has dicho a alguien más?

– ¡No! ¡Y tú tampoco lo dirás!

– Lo prometo, pero tú deberías de ir al médico y además avisar a la policía, ellos podrían ayudarte.

– Pero mi padre me pegaría, y yo no tengo dónde ir. No puedo hacer eso.

– Sí que puedes, la policía te ayudará, detendrán a tu padre y tú volverás a ser feliz con tu madre.

– No todo es ta fácil – le interrumpió Gimena- mi madre también tiene motivos para ir a la cárcel.

– ¿Qué? ¿También te pega?

– No... Pero a veces, cuando no puedo dormir y voy a beber agua me encuentro a mi madre en la cocina, tomando pastillas.

– Bueno, pero eso es normal. Todo el mundo toma pastillas cuando está enfermo.

– Mi madre no está enferma.

– Seguro que son para cualquier tontería, no te preocupes.

– Mi madre se droga, Mariana, se droga – recalcó Gimena – Si se lo digo a la policía, mi madre irá a la carcel.

– Vaya... Pero, Gimena, tú no puedes seguir así. No tienes por qué preocuparte por tu madre, seguro que saldrá bien. No puedes permitir que Martín siga tocandoos el pelo ni a ti ni a tu mdre. ¡Eres tú la que debe pararlo!



Seguimos hablando durante toda la tarde y me insistió demasiado en que debía denunciarlo. Quizás fuera verdad y sería lo mejor de todo así que ese mismo día esperé hasta la noche, cuando ellos dos estuvieran durmiendo para coger el teléfono a escondidas y llamar a la policía. Les conté que mi padre llegaba borracho cada noche a casa y que sin motivos nos pegaba a mi madre y a mi. No nos dejaba vivir tranquilas y les conté lo asustada que estaba. Aunque se lo tuve que repetir varias veces porque me costaba mucho hablar, ya que no podía evitar llorar y a la vez tenía que hablar casi susurrando, porque si mi padre se despertaba y se enteraba de esa llamada, no sabría si yo seguiría existiendo. Me pidieron que a la salida del instituto fuera a la comisería y enseñara las cicatrices que Martín me había hecho, y a partir de eso, ellos tomarían medidas. Intenté inventarme cualquier excusa estúpida para que, sin sospechas, entendieran que llegaría más tarde para almorzar.

Llegó el día. Me presenté allí cinco minutos después de que la campana del instituto sonara. Les enseñé las llagas que formaban mi cuerpo, que recorrían toda la espalda, las piernas y gran parte de los brazos. Por suerte, no tenía ningun rasguño en la cara. Y era un privilegio. No sabría que hacer si tuviera que ir al instituto con la cara llena de moratones.

Los policías me acompañaron a casa. Me sentí muy segura, aunque mi cabeza decía constantemente que debía denunciarles, mi corazón suplicaba que no lo hiciese. De todas formas, ya estaba hecho. Ya no había vuelta atrás. En cinco minutos mi madre abriría la puerta y me encontraría a mi, y a dos hombres cargados con la pistola, las esposas, la porra... No sabría decir la reación que tendría mi madre en ese momento.



– ¡Diiiiiiin Doooooon!

– ¡Policía! ¡Abran la puerta!



Eso fue todo lo que escuché. Eso es todo lo que se oye por el momento. Al rato mi madre abrió la puerta. Supongo que al oír que era la policía corrió a guardar la droga que ocultaba en la cocina.

Los policías entraron en la casa suspicazmente. En ese momento mi padre no estaba borracho. Se acababa de levantar. Aunque todavía tenía resaca. No puedo negar que en muchas ocasiones le rogué a Dios que le diera un coma etílico, una enfermedad en el hígado, o que volviendo a casa tuviera un accidente. Desee tantas veces su muerte. Lo odio tanto. Me ha hecho tanto daño. Llevo catorce años soportando diariamente esta tortura. No entiendo cómo mi madre se pudo enamorar de un hombre así. No lo entiendo. Cada día me ha tratado como su esclava, me ha pegado. Me ha insultado. He derramado tantas lágrimas y quizás ahora éste sea el final. Quizás ahora volveré a sonreír y tendré la vida que cualquier niña tendría que tener. Viviré la adolescencia, esa etapa de la vida de la que tanto he oido hablar. Dicen que es dolorosa pero es la más maravillosa. Dicen que te conoces a ti mismo, que conoces a tus amigos. Dicen que te das cuenta de que las verdaderas lágrimas no son las que salen de los ojos y resbalan por la cara sino las que nacen del corazón y duelen en el alma. Dicen que los mejores amigos no existen, que o son verdaderos, o no lo son. Yo nunca he tenido un amigo de verdad. Nadie me conoce tanto. Ni siquiera yo me conozco. Pero es que nunca le he querido contar a nadie lo que me pasaba pues tenía miedo de lo que pudieran pensar. ¿Y si se metían conmigo? ¿Y si me dejaban de lado? ¿Y si lo contaba y mi padre me pegaba más por hacerlo?. Quizás éste era el momento en el que yo comenzaba una nueva vida así que me aclaré la garganta y le dije a los policías en un tono seco, vacío, sin sentimiento:

– Mi padre me maltrata. Nos maltrata.

– ¡Mentira! ¡Eso es mentira! ¡Es una mentirosa! ¿Cuántas veces te tengo que decir que no mientas? ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?

– Cállese señor, su hija nos ha enseñado los moratones que usted le ha hecho con sus palizas.

– ¿¡Moratones!?¿De qué diantres me hablas? ¡Yo no le he pegado!

– Está usted detenido.

– ¡No!

– Y usted señora, nos acompañará a la comisaría, tenemos que revisar las heridas. La llevaremos al médico y pronto estará recuperada. Tú, pequeña, te vienes con nosotros. Tenemos un lugar donde podréis quedaros mientras tanto.



Pasé muchísima verguenza cuando mi padre salió esposado de la casa y todos los vecinos comenzaron a mirar y a hablar descaradamente. Pero estaba segura de mí misma, aquella pesadilla había acabado, y todo gracias a Mariana. Todo gracias a aquellos policías. Ahora podría ser feliz. Olvidaría el pasado y reconstruiría mi presente.

Aquellos policías se llevaron a mi padre en un coche distinto al nuestro. A mi padre se lo llevaron a comisaría, pasaría la noche en la cárcel. Y a nosotras nos llevaron a una especie de cuartel. Nos interrogaron. Nos dieron algo de comida para calentarnos ya que hace un frío terrible y nos alojaron en habitaciones separadas. No nos dejaron vernos. Mi madre no me había dicho nada. Ni una palabra.

Estuvimos tres días cada una viviendo en su correspondiente habitación, sin derecho a vernos. Y yo salí por primera vez de ella cuando uno de los policías me llamó y me dijo que no me preocupara por las clases del instituto. Habían informado a los profesores y al director. Les pregunté por mi padre y me dijeron que él se quedaría encarcelado durante una larga temporada, pero que mi madre y yo tendríamos que acudir en varias ocasiones a los juicios en los que se trabajaría el tema relacionado con mi padre. Les pregunté que por qué no podía volver a casa con mi madre y la respuesta me dolió. Me dolió en lo más profundo de mi corazón.

– Cuando os marchásteis, otros compañeros nuestros registraron vuestra casa con la intención de encontrar armas de tu padre, pero encontramos droga, pequeña. Tomamos pistas y al final hemos llegado a la conclusión de que tu madre consumia. Eso es un delito, Gimena. Por esa razón no has podido ver a tu madre en días anteriores. ¿Tú sabías que tu madre se drograba?



No sabía que contestar así que dije la verdad: sí.

La siguiente noticia, para mi sorpresa, es que mi había quedado sin padre y sin madre. ¿Quién se haría cargo de mí? Yo no quería irme de nuestra ciudad. Tenía mis amigos y debía pagarle a Mariana por el gran favor que me había hecho. ¿Quedarme sin padres qué suponía?


Ellos me contaron que no tenía que tener miedo a nada. Conocían a una pareja que se podía hacer cargo de mi. Para mi asombro, esa familia la conocía. Tras hacerme esperar en una sala, esa familia, mi nueva familia entró por la puerta. Era Mariana y sus padres. Ella era hija única. Mi madre le había cedido mi tutela, ya que ella sabía que yo no me quería ir de nuestra ciudad y el resto de familiares vivían excesivamente lejos. Los ojos se me llenaron de lágrimas y corrí a abrazar a Mariana. Empecé a llorar. Aquella sensación era mágica. No encontraba palabras para describirla. Era la primera vez que lloraba de felicidad. Esas lágrimas también salían del corazón. Abracé a sus padres, abracé a mi familia y les dí las gracias. A ellos y a Dios. Tengo mucha suerte. Y para mis adentros prometí ser feliz y disfrutar cada momento como si fuera el último. Querría a mi nueva familia con todo mi corazón y nunca les fallaría. Me levantaría tras cada caída con la cabeza erguida. Aquí empezaba una nueva vida. Con una nueva Gimena. Aquel pasado era un punto y aparte y yo empezaba otra oportunidad que no desaprovecharía.

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