lunes, 16 de diciembre de 2013

Dañino, como el sol.

Siempre ha estado allí, y sigue, y nunca cesa de gustar y agrandar su presencia. Me gusta cuando calla, cuando baja la mirada y cierra ese mar redondo. Cuando pronuncia mi nombre y cada uno de los ajustes de su voz se para en cada letra, y es como un susurro a la orilla de mis oidos.

Justo cuando su mano roza la mía, creo que consigue hacer eso que nadie ha hecho: me para los relojes y la vida; y me asusta. Y qué decir de las perlas de su boca, y de la morfina de sus labios, o de las arrugas de su piel en las que con frecuencia me pierdo, y a veces, incluso sueño.

Es alto como la luna y siempre está ahí aunque el sol lo tape. Soy cosciente. Pero hay tantas cosas que me gustan de él que faltarían palabras para describirlo. Podrían cortarme las alas que seguiría soñando con sus besos, con perderme en sus ojos y ¡qué nadie me busque! !qué nadie venga a buscarme! porque podría pasarme allí toda la vida.

Pero no lo digo muy alto, no vaya a ser que alguien más se enamore de este galante hidalgo. No le busques defectos porque seré capaz de anulartelos. Y no le mires a los ojos, ni permitas oír su voz... su risa, sus maneras. Porque yo, mire por donde mire tan solo puedo ver los dos lunares en la parte derecha de su cuello, un rubio deslumbrante más dañino que el sol. No me hables de paisajes si no le has visto a él.

No lo digáis muy alto, pero creo, y solo creo, que me ha enamorado.

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