Esta es la historia de cómo tus ojos no supieron mirarme.
domingo, 29 de diciembre de 2013
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Esta es la historia de cómo tus ojos no supieron mirarme.
Y, quizás, toda nuestra historia de persianas bajadas, de música a tope, de películas a medio acabar, de sábanas deshechas, de sueños por el día y de nosotros por la noche; toda nuestra historia, toda esta triste historia solo puede contarse a través de tus ojos.
domingo, 22 de diciembre de 2013
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"Yo que cruzo sin mirar, bebo sin control y vivo sin sentido."
Dura de cabeza y corazón. Siempre me definiste así, como una chica extraña, y lo que a mi me extraña de verdad es que sigas conservando mis cartas entre tus cromos favoritos.
Me resulta ridículo escribirte porque tienes garabatos míos hasta en la rodilla. Marcas de mis golpes en el recuerdo, amor de mis manos deslizándose por tu cara y todos mis susurros detrás de tus oídos.
Pero a veces tengo miedo, yo que cruzo sin mirar, bebo sin control y vivo sin sentido. Aprovecha, coge lo que quieras.
De no poder decirte suficiente cuando te miro, de no saber expresarme cuando te toco. Miedo de que no recuerdes que dijiste que el amor es una película que empieza por el final, una cama sucia y sin hacer. Manos entrelazadas, cuchillos volando.
Te lo soplo por aquí en este código que yo manejo y tú entiendes. Que los kilómetros que nos separan equivalen a nuestras ganas de dejarnos sin aire. Que la nostalgia es solo una puta que ya me tiene dicho que no compita con ella.
¿Sabes? El día que nos conocimos cada vez acumula más polvo y yo solo vuelvo al principio para insinuarte que…
Sigo teniendo miedo, no te has llevado nada.
Que tengo el miedo en las yemas de los dedos, la libertad perdida en algún aeropuerto, las ganas en tus manos, la almohada ardiendo junto a mis impulsos.
Miedo de que tu corazón se me olvide en cualquier bar, miedo a que en cualquier bar se te olvide quien soy yo.
Y así, toda esta palabrería solo para reconocer que tengo el pulso bajo el ombligo cuando me tocas, que mi piel roza tu piel porque me pone los pelos de punta tu mísera presencia.
Ahora voy a esconderme bajo esta manta. Tú encárgate de taparme los ojos con las manos y podremos empezar a ver esta peli de terror juntos. Te aviso de que si me asustan grito y también de que ese grito te podría devorar de un bocado.
He decidido que voy a amueblar tu vacío con sexo y garabatos de niña de preescolar. Siempre con la “x” de por medio como desconocidos. Si me haces espacio también puedo enseñarte las estrellas. Pero no corras mucho que tengo las llaves del coche en la mano y un doctorado en huidas.
Te aviso que me haré la dura, no vaya a ser que vengas con ganas de romperme algo que no sea la ropa.
Entonces, en serio; ¿tienes un momento?
Es para cambiarte la vida.
¿Se ha notado mucho?
No te ofendas, ya sabes que si no fueses quien eres me dejaría besar.
Ah, que te echo de menos.
Yo tampoco se dónde se guardan los secretos, tranquilo.
Si os ha gustado, os recomiendo que compréis "El sexo de la risa" de Irene X (Maggie Stonem). El anterior texto es un fragmento sacado de este libro que sin duda, no tiene ningún desperdicio.
Me resulta ridículo escribirte porque tienes garabatos míos hasta en la rodilla. Marcas de mis golpes en el recuerdo, amor de mis manos deslizándose por tu cara y todos mis susurros detrás de tus oídos.
Pero a veces tengo miedo, yo que cruzo sin mirar, bebo sin control y vivo sin sentido. Aprovecha, coge lo que quieras.
De no poder decirte suficiente cuando te miro, de no saber expresarme cuando te toco. Miedo de que no recuerdes que dijiste que el amor es una película que empieza por el final, una cama sucia y sin hacer. Manos entrelazadas, cuchillos volando.
Te lo soplo por aquí en este código que yo manejo y tú entiendes. Que los kilómetros que nos separan equivalen a nuestras ganas de dejarnos sin aire. Que la nostalgia es solo una puta que ya me tiene dicho que no compita con ella.
¿Sabes? El día que nos conocimos cada vez acumula más polvo y yo solo vuelvo al principio para insinuarte que…
Sigo teniendo miedo, no te has llevado nada.
Que tengo el miedo en las yemas de los dedos, la libertad perdida en algún aeropuerto, las ganas en tus manos, la almohada ardiendo junto a mis impulsos.
Miedo de que tu corazón se me olvide en cualquier bar, miedo a que en cualquier bar se te olvide quien soy yo.
Y así, toda esta palabrería solo para reconocer que tengo el pulso bajo el ombligo cuando me tocas, que mi piel roza tu piel porque me pone los pelos de punta tu mísera presencia.
Ahora voy a esconderme bajo esta manta. Tú encárgate de taparme los ojos con las manos y podremos empezar a ver esta peli de terror juntos. Te aviso de que si me asustan grito y también de que ese grito te podría devorar de un bocado.
He decidido que voy a amueblar tu vacío con sexo y garabatos de niña de preescolar. Siempre con la “x” de por medio como desconocidos. Si me haces espacio también puedo enseñarte las estrellas. Pero no corras mucho que tengo las llaves del coche en la mano y un doctorado en huidas.
Te aviso que me haré la dura, no vaya a ser que vengas con ganas de romperme algo que no sea la ropa.
Entonces, en serio; ¿tienes un momento?
Es para cambiarte la vida.
¿Se ha notado mucho?
No te ofendas, ya sabes que si no fueses quien eres me dejaría besar.
Ah, que te echo de menos.
Yo tampoco se dónde se guardan los secretos, tranquilo.
Si os ha gustado, os recomiendo que compréis "El sexo de la risa" de Irene X (Maggie Stonem). El anterior texto es un fragmento sacado de este libro que sin duda, no tiene ningún desperdicio.
Siempre ha estado allí, y sigue, y nunca cesa de gustar y agrandar su presencia. Me gusta cuando calla, cuando baja la mirada y cierra ese mar redondo. Cuando pronuncia mi nombre y cada uno de los ajustes de su voz se para en cada letra, y es como un susurro a la orilla de mis oidos.
Justo cuando su mano roza la mía, creo que consigue hacer eso que nadie ha hecho: me para los relojes y la vida; y me asusta. Y qué decir de las perlas de su boca, y de la morfina de sus labios, o de las arrugas de su piel en las que con frecuencia me pierdo, y a veces, incluso sueño.
Es alto como la luna y siempre está ahí aunque el sol lo tape. Soy cosciente. Pero hay tantas cosas que me gustan de él que faltarían palabras para describirlo. Podrían cortarme las alas que seguiría soñando con sus besos, con perderme en sus ojos y ¡qué nadie me busque! !qué nadie venga a buscarme! porque podría pasarme allí toda la vida.
Pero no lo digo muy alto, no vaya a ser que alguien más se enamore de este galante hidalgo. No le busques defectos porque seré capaz de anulartelos. Y no le mires a los ojos, ni permitas oír su voz... su risa, sus maneras. Porque yo, mire por donde mire tan solo puedo ver los dos lunares en la parte derecha de su cuello, un rubio deslumbrante más dañino que el sol. No me hables de paisajes si no le has visto a él.
No lo digáis muy alto, pero creo, y solo creo, que me ha enamorado.
Justo cuando su mano roza la mía, creo que consigue hacer eso que nadie ha hecho: me para los relojes y la vida; y me asusta. Y qué decir de las perlas de su boca, y de la morfina de sus labios, o de las arrugas de su piel en las que con frecuencia me pierdo, y a veces, incluso sueño.
Es alto como la luna y siempre está ahí aunque el sol lo tape. Soy cosciente. Pero hay tantas cosas que me gustan de él que faltarían palabras para describirlo. Podrían cortarme las alas que seguiría soñando con sus besos, con perderme en sus ojos y ¡qué nadie me busque! !qué nadie venga a buscarme! porque podría pasarme allí toda la vida.
Pero no lo digo muy alto, no vaya a ser que alguien más se enamore de este galante hidalgo. No le busques defectos porque seré capaz de anulartelos. Y no le mires a los ojos, ni permitas oír su voz... su risa, sus maneras. Porque yo, mire por donde mire tan solo puedo ver los dos lunares en la parte derecha de su cuello, un rubio deslumbrante más dañino que el sol. No me hables de paisajes si no le has visto a él.
No lo digáis muy alto, pero creo, y solo creo, que me ha enamorado.
Justo cuando su mano rozó la mía,
se detuvo el tiempo. Y es que era
eso lo que llevaba toda esta vida
esperando: alguien que pudiese
frenar todos los relojes del mundo
sin decir ni una sola palabra. Por
esas hojas que se cayeron al igual
que nosotros y que hoy solo nos
traen escalofríos. Por ti. Por mí. Por
el "vete" que aún no asimilamos. Por
el tiempo cuando era nuestro. Por
el invierno. Pero sobre todo por la
morfina de tus besos.
Tan solo necesitaría que lloviese, una azotea, un par de deslizamientos frágiles por el bordillo y ya está. Ahí estaría. Estampada contra el suelo mientras probablemente se esté alborotando todo a mi alrededor, aunque yo ya no pueda oírlo: sirenas de ambulancias y coches de policía, gente histérica, lo normal. Tampoco sería el final del mundo pero como si lo fuera. No estamos preparados para el fin de nuestros días.
¿Y después qué? ¿Habría algo allí? ¿Más o menos dolor del que consigo sentir aquí? ¿Valdría la pena?
Pienso en añadir a mi lista de preguntas la siguiente: ¿y si mi vida cambia y de repente todo empieza a ir a mejor?. La descarto. La esperanza me debe ya demasiada felicidad.
En este preciso instante, sé que me atrevería a saltar, sé que nada podría frenarme: no me queda nada. Sueños evaporados y personas rotas.
El autobús de mi vida se ha estrellado. LLevo tiempo esperando por si viene alguien a revisarle el motor, ya que yo no entiendo de mecánica, pero no llega nadie.
"Estoy perdida" - es todo lo que sé.
He parado en cada una de las paradas señaladas por el antojo del destino y he recogido por todas ellas a un pedacito de mí, de mi persona, o de mi locura. Pero siempre se han ido y no han dejado más que papeles sucios y desperdicios. Y parece que todo estuviera planeado porque se han bajado todos sin avisarme en la parada antes de este accidente.
"El motor de mi autobús, sigue echando humo. Probablemente, explotará."
Y será que no es verdad.
No me quedan razones para seguir aquí. No le tengo miedo a esa explosión del motor. Me dan igual las llamas . llevo ardiendo mucho tiempo.
No encajo en esta carretera. Es como si se me hubieran olvidado poner las cadenas antes de partir y cada dos por tres tuviera que parar. O ir muy lento. Pero nunca llego. Nunca he llegado hasta el final porque siempre se me ha roto el autobús.
A veces, pienso, que podría ir a pie hacia un destino desconocido. Sí, podría hacer explotar el motor por los aires y que me lleve a cualquier parte. Podría saltar y que me lleven a cualquier parte.
¿Y después qué? ¿Habría algo allí? ¿Más o menos dolor del que consigo sentir aquí? ¿Valdría la pena?
Pienso en añadir a mi lista de preguntas la siguiente: ¿y si mi vida cambia y de repente todo empieza a ir a mejor?. La descarto. La esperanza me debe ya demasiada felicidad.
En este preciso instante, sé que me atrevería a saltar, sé que nada podría frenarme: no me queda nada. Sueños evaporados y personas rotas.
El autobús de mi vida se ha estrellado. LLevo tiempo esperando por si viene alguien a revisarle el motor, ya que yo no entiendo de mecánica, pero no llega nadie.
"Estoy perdida" - es todo lo que sé.
He parado en cada una de las paradas señaladas por el antojo del destino y he recogido por todas ellas a un pedacito de mí, de mi persona, o de mi locura. Pero siempre se han ido y no han dejado más que papeles sucios y desperdicios. Y parece que todo estuviera planeado porque se han bajado todos sin avisarme en la parada antes de este accidente.
"El motor de mi autobús, sigue echando humo. Probablemente, explotará."
Y será que no es verdad.
No me quedan razones para seguir aquí. No le tengo miedo a esa explosión del motor. Me dan igual las llamas . llevo ardiendo mucho tiempo.
No encajo en esta carretera. Es como si se me hubieran olvidado poner las cadenas antes de partir y cada dos por tres tuviera que parar. O ir muy lento. Pero nunca llego. Nunca he llegado hasta el final porque siempre se me ha roto el autobús.
A veces, pienso, que podría ir a pie hacia un destino desconocido. Sí, podría hacer explotar el motor por los aires y que me lleve a cualquier parte. Podría saltar y que me lleven a cualquier parte.
Desde entonces nada ha cambiado. Los veranos siguen siendo asquerosos porque no eres tú el que me da calor. Y los inviernos siguen siendo fríos, al igual que cuando discutíamos. Ha llegado gente, se ha quedado un par de meses y se ha vuelto a ir. Y a todos he pretendido engañar, incluso a mí misma. Pero tú parece que nunca te vas. Aquello era vacío, pero me hacía sentir bien. Pero ahora ni hay vacío, ni hay nada. Solo estoy yo. ¿Por qué tuve que decirte adiós? ¿Para dejar de sufrir? Como si no lo hubiera estado haciendo todo este tiempo. Y nunca llega. Nunca llega nadie como tú. Ni siquiera le doy la posibilidad de intentar parecerse a ti. Vete o vuelve. O mejor no vuelvas, porque no estoy preparada para seguir viendo tu culo por mi pasillo.
Dime, ¿te espero
o te olvido? ¿Me marcho o me quedo?
Que si depende de
la curva de tu sonrisa, yo quiero quedarme.
Que si depende
del lunar de tu espalda, yo quiero perderme.
De un para
siempre a un tal vez que se convierte en nunca.
De un par de
cartas quemadas que me llevé a la tumba.
Deseando el
disparo exacto que acabe destrozándote por dentro.
De pasar de ver
principios a ser esclavo de precipicios.
O de libros que
no dejan de hablar de tus manos.
Que si es por eso
yo me quedo, yo espero, no te falto.
La ciudad de
Piltover, capital del reino de Zaun, llevaba ya demasiado tiempo siendo atacado
por asesinos cuyo principal objetivo era mantener a los ciudadanos presos en
sus casas trabajando para ellos. A aquel sistema lo hacían llamar libertad.
Impedían el robo pero ellos eran los primeros que le robaban a los ciudadanos.
Implantaban la igualdad pero las mujeres estaban hechas para dar hijos y
limpiarles la ropa, no podían salir a la calle y los hombres de bajo nivel
social tan solo tenían lugar en las minas, donde más tarde serían explotados
cuando no fueran de más utilidad. Aún quedaban ciudadanos, nobles también
aunque no asesinos, que transitaban por las calles espectadores del silencio
infernal que se apoderaba de Piltover.
Cada aldeano se ocupaba de una tarea
específica gracias a los poderes que se le habían otorgado según su
descendencia de los Dioses. Unos trabajaban gracias al poder mágico, otros a su
gran habilidad con los cuchillos o las armas de fuego y otros a su ingenio.
Luxanna, nacida en el seno de la
prestigiosa familia Crownguard, estaba destinada a hacer grandes cosas. Era
hija única y había disfrutado de una educación superior y de las suntuosas
fiestas que acostumbraban a celebrar las familias ilustres como las suyas, las
cuales no eran víctimas de los asesinos. A medida que fue creciendo, empezó a
demostrar que tenía un don especial: sabía hacer trucos para hacer que la gente
creyera que había visto cosas que no existían. Era capaz de pasar desapercibida
por delante de los demás. De alguna manera, descubrió que podía anular los
hechizos mágicos de aquellas personas que dominasen el mismo tipo de magia, tan
solo después de ver una vez cómo los lanzaban. La joven lo consideraba un don
único, algo que podía aprovechar y utilizar para hacer el bien.
Fue entonces cuando conoció a Janna.
Era una de esas hechiceras que sobrevivía como podía en las calles ya que los
asesinos habían matado a sus padres cuando ella tenía cinco años. La vida era
dura y peligrosa para una chica joven y bella, así que tuvo que sobrevivir a
base de ingenio y de robar cuando éste no era suficiente. Descubrió que tenía
afinidad con un tipo concreto de magia: la elemental del aire, por lo que era
descendencia de Eolo. No tenía nada que llevarse a la boca hasta el día que,
intentando robar un trozo de pan en el mercado de Piltover, Lux decidió acerse
cargo de ella. Ambas dominaban el poder mágico así que comenzaron a enseñarse
la una a la otra todo cuanto sabían.
La rabía que contenían era algo
común. Luxanna consideraba que lo que estaba ocurriendo en su ciudad natal era
algo desastroso, lleno de desigualdad y de pánico. Nadie podía salir a la calle
sin saber si volvería vivo o no a casa. Por otro lado, estaba Janna, que tenía
un odio inmenso hacia los asesinos y la mayoría de nobles que no se daban
cuenta de la situación de aquella ciudad o eran tan cobardes de no hacer nada
al respecto. Sin embargo, Lux era todo lo que contrario a lo que Janna creía
que sería. Era una chica rica, guapa y delicada, pero tenía suficientes
agallas. Planearon luchar contra los asesinos, comenzar una revolución, hacer
algo por tal de impedir más asesinatos.
Pasaron semanas buscando cómo
derrotar a los asesinos, compartiéndo técnicas mágicas, mejorando sus poderes,
incluso fabricando pociones para aumentar la fortaleza gracias a una amiga de
Luxanna. Ella era Caitlyn, quien más tarde se unió a ellas. Cuando tenía
catorce años, asaltaron y robaron a su padre al volver a casa. Se escapó por la
noche con el rifle de su padre y siguió el rastro de los ladrones desde la
escena del crimen. Al principio, sus padres intentaron disuadirla de que
siguiese con esas aficiones tan arriesgadas, pero ella era incorregible.
Deseando proteger a su hija del único modo que conocía, la madre de Caitlyn
empezó a llenarla de artefactos diseñados a la medida de sus necesidades
detectivescas además de enseñarle remedios naturales para proteger su salud.
Tenían bastantes puntos a su favor:
una buena bandolera como Cait, medicinas por parte de la misma, Janna que podía
adivinar los movimientos de los asesinos y modificar el clima y Luxanna, que
podía anular los movimientos de los mismos. Tan solo les harían falta unos
mapas de Piltover para controlar en qué zona se encontraría cada uno de ellos y
algunos guerreros que pudieran enfrentarse a ellos cuerpo a cuerpo. Eso no era
problema para gente de alta sociedad: Lux, de nuevo, tenía contactos.
Ezreal estudió durante muchísimos
años el poder mágico, tanto que acabó aburriendolo. A la edad de ocho años,
este superdotado ya había trazado los mapas de los túneles subterráneos de todo
Piltover. No solo los había diseñado sino que había viajado por ellos, teniendo
la suerte de encontrarse un talismán de asombroso poder: si se concentraba, era
capaz de teletransportarse. El que descubrió tal poder fue Jayce, quien había
pasado parte de su vida encerrado en un laboratorio, construyendo un martillo
de mercurio. Su único sueño siempre había sido ofrecer la paz a su tierra
natal, y sabía que algún día lograría hacerlo. Por otro lado, también pidieron
ayuda a Jinx, quien poseía una gran sabiduría criminal. Creció en las afueras
sin ley de Piltover y aprendió a robar y a timar para sobrevivir. Robaba y
desmontaba dispositivos por lo que se convirtió en una maestra técnica. Cuando
tenía seis años, un grupo de criminales se fijó en la joven delincuente y la
tomaron bajo su protección. Cuando Jinx tenía once años, se había convertido en
una cómplice experimentada y entusiasta en cada golpe. La actitud de Jinx
cambió cuando en un asalto a una mina se complicó: tenía que elegir entre huir
con sus compañeros o intentar salvar a los inocentes mineros de un túnel
derribado. Jinx decidió hacer de heroína. Mientras buscaba un modo de liberar a
los mineros de los escombros, descubrió un equipo de minería estropeado.
Improvisando, le arrancó los enormes puños y los modificó para fabricarse unos
guanteletes tecnológicos. Se puso las pesadas armas en sus pequeñas manos y
estiró el brazo para lanzar un puñetazo potente a los escombros. La fuerza del
golpe destrozó la roca, poniendo a salvo a los trabajadores. Tras ese
contratiempo, Jinx cortó sus relaciones con sus compañeros. Volvió a una vida
de crimen en solitario pero sólo robaba a otros criminales y con el dinero que
ganaba, iba mejorando los guanteletes tecnológicos que se había instalado, de
forma que cada vez le era más fácil dar un golpe.
Ahora Luxanna, Janna, Caitlyn,
Ezreal, Jayce y Jinx serían los seis miembros de la Escuela de los Campeones.
Así se hacían llamar. Estaban preparados para seguir reclutando a quienes
quisieran luchar por la justicia de Piltover. Querían en su Escuela a todos
aquellos que estuvieran dispuestos a luchar con el fin de recuperar el honor
perdido de sus seres queridos.
El primer paso para poner fin a
aquella pesadilla, era concienciar a los ciudadanos de que ellos le salvarían.
Iban de casa en casa, disimuladamente, informando a cada uno de ellos. Si los
asesinos se enteraban, el plan fallaría.
Durante mayo rodearían todos los
alrededores de Piltover con unos cables configurados por Jinx, dejando a salvo
el Palacete, donde vivían todos los nobles. El primer día de junio, antes de
amanecer, todos los ciudadanos deberían estar a las afuera de Piltover sin nada
en las manos: lo iban a perder todo, pero si el plan funcionaba recuperarían la
libertad. Todos los asesinos quedarían
dentro del campo rodeado por los cables, de manera que en el momento en el que
el sol se mostrase, Jinx los activaría. Tan solo hizo falta comenzar a disparar
con el rifle de Caitlyn y provocar una lluvia por parte de Janna, para que la
atención de los asesinos se despertase. Cada vez que uno de ellos se acercaba a
un cable, sufría una electrocutación. A unos los dejaba ya muertos y a otros
tan solo los dejaba insconscientes, pero como remedio a ese inconveniente ya
estaba Jayce con su martillo de mercurio.
El pánico cundía en el Palacete, y
la mayor parte de los asesinos quedaron atrapados por miedo. Otros salieron,
pero murieron igualmente a causa de los cables. Al cabo de tres días de guerra,
Janna cesó la lluvia e hizo salir el sol. Jinx desactivó los cables y tanto los
ciudadanos como la Escuela de Campeones se introdujeron en los túneles
subterráneos, que conectaban las afueras de Piltover con el Palacete.
Una vez en el palacete, ciudadanos
con espadas en mano, otros con cuchillos y otros con rifles, comenzaron una
terrible guerra. Todo aquel que intentara tocarles acababa siendo destruido.
Algunos nobles se unian y otros se refugiaban en sus casas. Hijos de nobles se
oían llorar, pero inmediatamente se les dejaba de escuchar por el sonido de las
balas.
Tuvieron graves problemas, pues un
asesino le cortó la pierna a Luxanna provocándole una gran hemorragia. Las
medicinas de Caitlyn no eran útiles, por lo que Jinx tuvo que improvisar una
pierna ortopedica para Lux. Ezreal tenía varios cortes en su cuerpo y el
martillo de mercurio de Jayce estaba casi destrozado. Pero esto no supuso
ningún problema para que la guerra fuera abandonada.
Al cabo de dos semanas y media, el
sonido del rifle y los gritos habían cesado. No quedaban más de doscientos
cincuenta ciudadados vivos y cerca de unos cincuenta y dos nobles. Había tenido
lugar una revolución en la capital de Zaun, y se estaba extendiendo al llegar a
los oidos del resto de ciudades. Parecía
que salvar a Piltover no iba a ser la única meta de la Escuela de los
Campeones, pues pronto estaban dispuestos a lograr la libertad para todo el
reino.
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