miércoles, 10 de septiembre de 2014

/En un mundo de grises/ *No es de mi autoría

No te engañes: ni el mundo es tan grande ni el amor salva a tantas personas. A mí me cabía allí adonde tú estuvieses. El mundo, digo. El mío. Y el amor, bueno, también fue a veces aquella mano que nos hundía la cabeza bajo el agua. Qué dolor tan dulce, como tener que escuchar por última vez en la vida tu canción favorita. Ya no me permito soñar tanto. Ya no me permito casi nada. Ni siquiera cuando me despierto solo me concedo el lujo de echarte de menos. De qué iba a servirme. Echarte de menos es lo último que necesito ahora. Echarte de menos sería el primer paso para que empezase a derrumbarse todo. Como una reacción en cadena. Como una bomba atómica encerrada en algún lugar bajo la piel. Hoy casi exploto por completo. Durante un segundo sentí que me quemaba. No había fuego y ni siquiera grité, pero te prometo que adentro no me quedaba demasiado. Un vacío, si acaso. Una gran y terrible ventana sin vistas a ningún sitio. Algunos días tengo tanto miedo que ni me doy cuenta, y eso es lo peor que podría pasarme. Imagina por un segundo que te haces una herida que ni sangra ni duele. Imagínalo por un segundo, vivir siempre con ese herida a cuestas, y al final del todo convertirla en ti mismo. Eso me ha pasado con el miedo. No me he dado cuenta, te lo juro. Y eso es porque estoy triste. Triste de remate.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
;