miércoles, 15 de julio de 2015

Cuando ya no sientes nada

Volvería a cruzar, sin dudar, todos esos mares que hablaban del naufragio de tus labios. Volvería a mirar al sol más de tres segundos para desafiarte y demostrarte que los imposibles son posibles que no se quieren. Lo haría, si eso significa curar una herida que no sangra, que aprieta, que arremete a cuchillazos cada noche. Como si vas al médico y le dices que tienes rotas las 23 costillas de tu cuerpo, pero ninguna radiografía te cree. Te cambiaría los veintiséis lunares de tu espalda por los veintitrés segundos que tarda la sangre en recorrer mi cuerpo. Te cambiaría el recuerdo, para que lo borrases. Te pagaría en sueños si lograras hacer que sangre, que duela... Y parece que lo intentas. Llamas, apareces, de nuevo, intangible, y susurras, y cantas, y me invitas a cerveza y te mueves como siempre, pero joder, no sangras. Nunca sangras. Porque al final te das cuenta de que el dolor más fuerte es aquel que no se siente - porque ya no sientes nada -

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