domingo, 1 de septiembre de 2013

No queda nada.

No queda nada de lo que fuimos.
No queda nada de agosto, y aunque suene extraño, tampoco de septiembre.
No queda otoño y ni siquiera ha empezado.
No quedas tú, ya no nos queda nada.
Ni una botella vacía, ni una colilla apagada.
No quedan los besos que antes no dábamos.
No queda la lluvia, ya se ha secado.
Se ha ido el verano, al igual que tus manos.
No nos queda nada.
Ni una carta rota, o quemada, o arrugada.
Ni tinta en el tintero.
No nos queda ni oxígeno.
Ni guitarras ni notas desafinadas.
Ni golpes, ni ruidos, ni entrañas.
Ni comidas silenciosas, ni noches a voces, ni llantos horribles.
Se ha ido, no nos queda nada.
No nos queda nada porque se ha ido.
Y se ha ido al no quedarnos nada.
Ni círculos viciosos, ni noches en vela.
Ni escribirle a él, ni escribirle a ellos.
Se apaga, se consume, al igual que la vida.
Se acaba al igual que una vela,
al igual que el verano, al igual que la nieve,
al igual que una tormenta, incluso igual que la muerte.
No nos queda nada.

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