martes, 15 de diciembre de 2015

Te quiero

Cuando la sala de estar se convierte en tu sala de espera, todos los destrozos de mi alma se hunden en cenizas. En tus últimos minutos - quién sabe que quizás serán segundos - me mantengo a la espera de verte sonreír una vez más. Aquí, en la sala de espera que has reunido, donde hermanos que no se hablan, donde familiares separados por miles de kilómetros, donde las redes sociales intentan simular el encanto de estar a tu vera en tus últimos momentos, es únicamente tu quejido, de dolor, lo que rompe el silencio.

Aquí, en tu sala de espera, permanecemos. Para siempre: te cerraremos los ojos, esperaremos que la morfina se lleve el dolor de la decisión que hemos tomado. Es hora de irte.

De irte y de dejar sabido y por saber que seguirás siendo el olor a flores de todas las mañanas; serás las comidas familiares de todos los domingos, la falda del brasero y las castañas con él; serás la Navidad personificada, la ilusión por montar el árbol de Navidad; serás el beso más tierno del mundo. La madre más dulce. Serás el arroz con leche, las natillas, y las gachas de todos los que estamos aquí presentes: un vacío en el mundo.

Y cada día sonará entre nosotros tus quejidos de risa, tus susurros para hacer alguna trastada, tus "mira, mira, qué buenas piernas tengo". Nos preguntaremos la hora por ti. Seremos la vista que te falta, el oler que te sobra.

Estaremos contigo aunque hoy te vayas.

Nos quedamos aquí, para despedirte. Para decir adiós a quien ha enseñado la tabla de multiplicar a todos los presentes. Para seguir mirándote una vez más a esos ojos azules, como tus claveles favoritos, y entender por qué la vida tiene sentido, a veces.

Te cerramos los ojos, nos quedamos con tus manos suaves, con las arrugas de las mismas, con tus dibujos al aire y tus lienzos de pared. Qué manos más bonitas tienes.

Me quedo, abuela. Siempre serás la madre de mis ojos: aunque ya no sepas quién te prepara la tila, ni cuáles son las manos que te despiertan, que te bañan, que te alimentan... Aunque ya no reconozcas estas orejas, ni este olor a vainilla que tanto te gusta... Efectivamente, ese fue tu último cumpleaños, y esta será tu última Navidad, tu última tila...

Cierra los ojos abuela, te quiero.

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