martes, 24 de junio de 2014

Entre tú y yo.

¿Sabes? Me hubiera gustado decirte que me había enamorado de mí cuando me ponía guapa, para mirarme trescientas cinco veces en el espejo del ascensor antes de subir a verte y que me abrieras la puerta y me dijeras 'fea' y yo te mirara con cara de 'te odio'. Luego no podía evitar la discusión interpersonal entre tus ojos y estas vistas desde el décimo de tu casa. Pero me solía quedar con tus ojos, que me miraban como diciendo que todo lo que me estabas diciendo era mentira: que yo no era fea. Yo te devolvía la miraba como diciendote que no me importaba en absoluto tu vida, que eras indiferente y que te odiaba. "No pienses que he malgastado un segundo en arreglarme para venir a verte". Qué bien se nos daba mentir. Y qué bien se te daba cocinar.
Me enamoré de las veces que me necesitabas y me buscabas. Pero ahora estás como ausente, como perdido, como muerto. Como si todo este dolor hubiera podido contigo y yo no hubiera sido capaz de llamarte de nuevo para decirte que todo iba a ir bien, que todo estaba en nosotros. Era demasiado tarde porque nos habíamos muerto. Tú por ti y yo por los dos.
Quizá lo dejé morir yo, por las desganas o el tiempo, o por el amor de alguien que se parecía a todo lo que tenía ese primer amor y que tú no tenías, y que por eso me enamoré de ti. Qué malo es enamorarse de los recuerdos. Así que ahora, no sé si pensar en nosotros o asimilar el precipicio que se avecina. Pero cuando los recuerdos se van, suelo echarlos de menos: y solo entonces siento que lo muerto me mantiene viva.

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