lunes, 22 de julio de 2013

Hola, ¿qué tal?

Le das la vuelta a la almohada en busca de que un nuevo soplo a margaritas invada tu cara. Pero no consigues dormir y eso ya se está haciendo rutina. Parece que los sueños, al igual que los recuerdos se han apropiado de tu almohada y ya tampoco consigues dormir. No quieres pensar pero no tienes más remedio que volver a acostarte sobre la almohada a esperar ese insomnio que se enamoró de ti en el momento en el que comenzó a llover en tu día a día. Aquel momento en el que te creías indestructible pasó a ser uno más de aquella mansión de recuerdos que tienes por alma.
Decides amanecer en ti mismo y despertar un nuevo día, te pones la ropa de deporte y comienzas una nueva vida. Cierras la puerta tras de ti y comienzas a correr mientras observar el verde a un lado y a otro. Corres muy lejos y miras muchas caras. Caras que probablemente no volverás a ver en mucho tiempo. O quizá nunca. (Lo que equivale a mucho tiempo). Y es cuando se cruza una mirada y no te despegas de ella.
+ Hola
- ¡Hola! ¿qué tal?
Le contestas sin siquiera estar segura de que esa conversación pudiera tener algún futuro. Y es cierto, no tiene futuro. Agachas la cabeza y sigues corriendo. Tampoco me hubieran faltado un par de cojones. Pero vuelves a casa mientras observas las llaves, con la única esperanza de que se hubieran convertido en las llaves de tu nueva casa al lado de esa persona que acabas de preguntarle qué tal sin ni conocerla de nada.
Pero sigue siendo lo mismo, y tu cabeza no para de dar vueltas. Ni quiera una ducha de agua fría puede hacer perder la consciencia. Sigue siendo de noche y la almohada sigue oliendo a margaritas repletas de recuerdos. Junto con un recuerdo más. Una mirada más. Y lo dejas ir. Y no sabes como va a volver a acabar. Todos los días igual. Siempre lo dejas marchar, y todo se vuelve un poco menos malo. Y lo menos malo se vuelve pasado y de nuevo recuerdos que olvidar en ese mismo pasado.


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