sábado, 30 de abril de 2016

Digno y roto capitán

Hoy, estés donde estés me gustaría recordarte que sigues teniendo ese lugar en la mesa. Que nadie se ha atrevido a sentarse en tu sillón, ni a levantar la persiana, ni a abrir la puerta de la habitación... Todo sigue apestillado, como si pretendiésemos, con todas nuestras ansias, guardar un frasco de ti en cualquier rincón. Hoy, nos sirve todo para reflejarte.

Sigue haciendo frío en plena primavera si decimos de bajar a la playa y no hay nadie que decida coger tu sombrero; tu almohada ha sido devorada por la lavadora, pero no ha conseguido vencer a tu perfume. Yo, personalmente, sigo sintiendo cómo un tren me destroza cada articulación de mi cuerpo cuando decido ir a tu casa. 

A veces suena el teléfono. Entonces, la llamada de alerta que parecía doler tanto hace unos meses, hoy parece un analgésico. Hoy, quizá, lo que duela sea no oír ninguna de ellas. Como si todo este dolor fuese el reflujo de tu ausencia.

He sido víctima de este arrebato: he decidido sacarte para que no te oxides, recordándome a mí misma que todavía me dueles. Quizá este nudo en la garganta y este clavo en el corazón puedan deshacerse todavía. 

Dicen, que con el tiempo todo deja de doler. Entonces, me declaro cobarde: por seguir siendo el primer y último pensamiento, por no saber dónde dejar estas flores, por apretar una medalla con la esperanza de que sea tu mano, por acurrucarme abrazando esta almohada, como si en algún momento y por arte de magia volvieses a ser tú. Porque anoche soñaba contigo y hoy, no sé si vivo.



0 comentarios:

Publicar un comentario

 
;